Ana María Alcalde no era una desconocida en redes sociales antes de embarcarse en la flotilla humanitaria que se dirige a la Franja de Gaza.

Conocida como Hanan en el ámbito religioso y apodada por algunos medios como “Barbie Gaza”.
Esta trabajadora social granadina de 46 años residente en Ceuta ha pasado, en cuestión de días, de ser una influencer con un contenido centrado en la vida familiar, la diversidad cultural y los derechos sociales, a ser uno de los rostros más seguidos y también más polémicos de una misión que ha captado la atención internacional.
Madre de seis hijos, convertida al islam hace más de dos décadas, Ana Alcalde es el reflejo de una biografía construida desde los márgenes del relato oficial.
Su historia personal, marcada por la conversión religiosa, la militancia digital contra la discriminación y su apuesta por la convivencia intercultural, se ha proyectado ahora en una dimensión geopolítica de alcance internacional.
Lo que comenzó como un contenido cercano, íntimo y cotidiano ha saltado al epicentro de un conflicto mediático, político y humanitario.
Vive en Ceuta junto a su marido, Amin Abdelkader, un policía local de origen marroquí. Juntos han formado una familia numerosa con seis hijos: Insaf, Ibra, WiAm, Yasmin, Morad y Yamila; que aparecen de forma habitual en los contenidos digitales que producen como «Familia Abdelkader».
Sus cuentas en TikTok e Instagram han servido durante años como espacios para compartir aspectos cotidianos de su vida familiar, reflexiones religiosas y mensajes de sensibilización frente a la islamofobia.
Su voz en redes ha sido, hasta ahora, una mezcla de entretenimiento familiar, activismo suave y promoción de valores de convivencia.
Pero desde que se embarcó en la Global Sumud Flotilla, su perfil ha mutado. A bordo de uno de los veinte barcos que navegan con más de 500 activistas hacia Gaza, su presencia digital ha dejado de ser una simple extensión de su hogar ceutí para convertirse en una herramienta de denuncia y visibilización.
Desde el mar, entre aguas monitorizadas por la comunidad internacional y bajo la constante amenaza de interceptación por parte del ejército israelí, Ana comparte diariamente fragmentos de la travesía, describe las condiciones a bordo, donde cada persona cuenta con apenas dos o tres litros de agua y transmite mensajes de apoyo al pueblo palestino.
Este giro ha supuesto tanto un aumento vertiginoso de su popularidad, su cuenta de TikTok roza ya el millón de seguidores, como una ola de controversia.
Mientras algunos la celebran como un símbolo de coraje y compromiso humanitario, otros la acusan de aprovechar la situación para ganar notoriedad, o cuestionan sus declaraciones sobre el conflicto en Gaza y sobre los ataques del 7 de octubre en Israel.
Ana, sin embargo, no se presenta como una experta en geopolítica, sino como una madre, activista y trabajadora social que ha decidido actuar ante lo que considera una situación de exterminio.
En una de sus declaraciones desde el barco, expresó con firmeza: “Sabemos que no respetan ningún derecho y nuestra vida está en riesgo, pero tenemos el apoyo social.
Lo que más nos duele es que estos ataques estén desviando la atención de lo que ocurre en Gaza, donde miles de niños están en hambruna severa y muriendo por centenares cada día”.
Licenciada en Trabajo Social por la Universidad Complutense de Madrid, Ana también cuenta con estudios de posgrado en políticas de integración, exclusión social, ciudadanía e inmigración.
Esa formación, sumada a su experiencia como madre y como musulmana en un contexto europeo que muchas veces le ha sido hostil, ha definido el enfoque de sus intervenciones públicas.
Ella no habla solo desde el análisis académico, sino desde una vivencia encarnada en la intersección entre género, religión y etnicidad.
En entrevistas anteriores y a través de sus redes, ha narrado cómo la decisión de ponerse el velo en el año 2000, tras abrazar el islam por convicción y por su vínculo con Amin, supuso un punto de inflexión.
Encontró dificultades para acceder a determinados espacios laborales, enfrentó prejuicios y situaciones de rechazo, pero también forjó una conciencia crítica que ha alimentado su discurso en defensa de la diversidad y contra el racismo estructural.
Durante años, esa batalla fue digital. A través de TikTok e Instagram, la “Familia Abdelkader” consolidó una audiencia fiel, interesada no solo en las escenas hogareñas, sino en los mensajes de empoderamiento femenino y justicia social.
Sin embargo, con su incorporación a la flotilla, Ana Alcalde ha dado un salto que la coloca en el centro de un conflicto geopolítico.
En sus vídeos se mezclan ahora imágenes de la cubierta del barco, mensajes de denuncia humanitaria y respuestas a las críticas que recibe.
El apodo de “Barbie Gaza”, que circula en medios y redes, condensa el debate que genera su figura. Para algunos, representa una forma irónica y despectiva de restarle legitimidad a su activismo.
Para otros, es una etiqueta que ha contribuido a amplificar su presencia mediática. Lo cierto es que, más allá del apodo, su nombre es hoy uno de los más repetidos en los titulares relacionados con la flotilla.
Mientras tanto, el barco en el que viaja Ana se adentra en zonas catalogadas de riesgo. Las advertencias de Israel de no permitir el acceso no autorizado a aguas gazatíes se mantienen, y las organizaciones internacionales de derechos humanos vigilan de cerca el desarrollo de la travesía. La tensión es palpable.
Cada mensaje que Ana publica es, al mismo tiempo, un gesto de resistencia y una exposición mediática. El activismo digital, que parecía hasta hace poco un territorio seguro, se funde ahora con la incertidumbre de un viaje cargado de riesgos.
En este nuevo escenario, la narrativa que Ana construye en redes se distancia del entretenimiento doméstico para acercarse a un testimonio de frontera.
Sus vídeos ya no muestran solo juegos con sus hijos o reflexiones religiosas. Muestran la crudeza de un conflicto, la vulnerabilidad de quienes lo denuncian y la determinación de quienes creen que el compromiso social no puede quedarse en casa.
Su historia, contada desde el mar, es la de una mujer española, musulmana, madre y activista, que ha decidido poner el cuerpo, y no solo el perfil digital, al servicio de una causa que considera urgente.
Su figura, entre críticas y apoyos, sigue creciendo. Y su mensaje, más allá de cualquier etiqueta, interpela a miles de personas que, desde la distancia, miran hacia Gaza y ven, a través de su móvil, el rostro de Ana Alcalde.